5/9/07

Un temperamento vano

El músico retardó un poco el ataque final, sólo lo necesario para que la audiencia pudiera comprender el porqué de semejante y anormal pausa, muerte asincopada de todo ese sentido, ese oído al que había que llenar, embargar. Y emprender todo aquello también, por qué no; al fin y al cabo la finalidad siempre es el oído y los dedos, el comienzo y el final, todo se trastoca mágica, misteriosa, criteriosamente; y al fin y al cabo, valga la redundancia, ello es tan trivial, como la vida misma, ver donde comienza y donde acaba todo es sólo un detalle, pero claro, en él nos detenemos toda una eternidad, eso ni discutirlo.
Por supuesto, mientras el intérprete todo esto lo pensaba habían pasado ya varios compases de más, bastante más de lo aconsejado, mientras en las parejas y en los grupos que se amuchaban en el auditorio semidesierto se notaba una impaciencia feroz, ese sopor que transmiten las ánimas al reclamar lo que las hace ser; inmediatamente el pianista golpeó ferozmente las teclas haciendo impasible el acorde final de la pieza, que contrastado con el anterior sonido de "APPLAUSE" en neón, lograba realmente crear un caos interno dentro de todos los concurrentes que se hacía intolerable. "No sé que le ha pasado, Mimí" dijo una señora vestida en tapado de piel sintética a su acompañante, con claro gesto de irritación; "en general, a este caballero no se le da por la vanguardia";"No te preocupes, Estela" le dijo Mimí, "he visto tantos muchachos como éste, que quince minutos más por el inodoro no me van a matar."
Las veteranas, impasibles ya por la pieza en cuestión continuaron su charla en el medio de la sala, totalmente ignorantes de los chistidos que se acumulaban en su entorno; ya no estaban allí, sino en ese bar de Balvanera, donde oyeron tanto tango, tanta milonga bien tocada y bien bailada; ahora se encontraban en esa platea (pagadero por adelantado) donde se había visto tanta orquesta bien planeada, bien sincronizada, tan suntuosa como las rosas perfumadas que llevan los finados al pozo final, al otro lado; luego, en ese hall de club social con aroma a lavanda escuchando, viviendo, aceptando, acentuando del tocadiscos los axiomas musicales, lo indubitable donde todo se basa... para terminar en esa bosta de síncopa que estaban escuchando, o en realidad debían escuchar por la situación medio bizarra que se había logrado por medio de las risotadas resentidas de dos personas resentidas que habían vivido demasiado las normas de un momento, una sensación.
Los chistidos continuaron, pero ya no había caso: el músico se había parado del butacón, resuelto aparentemente a abandonar tan embarazosa escena; sin embargo se detuvo abruptamente en el borde del escenario. Tomó aliento y se dirigió atentamente al público:
"A riesgo de parecer vanidoso, soy consciente del riesgo que implica para el artista audaz la exposición extrema a una audiencia que no suele observar con buenos ojos la modificación de ciertos elementos inamovibles del arte, constituyentes de la teología sensitiva de nuestra especie. Todo está inherente a cierto tipo de subjetividad, a alguna moral: eso no les quepa ninguna duda. En ello está el Ser de nuestra pasión, la esencia divina (o mejor aun: humana) del arte. Espero que puedan entender esto para así comprender el lugar en que yo y mis colegas nos ubicamos"
Finalmente, se encaminó a los bastidores. No obstante, una vez más se detuvo y volviendo sobre sus pasos dijo vagamente a una parte del público, aun en penumbras.
"Y señoras, si son tan amables, las invito a irse un poco al carajo"

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