28/7/08

¿A qué costo se logró la "paz social"?

El hombre acomoda, a la forma de un neurótico con un tic incontrolable, el micrófono del escritorio. Son casi las cuatro y media de la madrugada del miércoles, pero eso no importa: como si fuera aquel fatídico partido de la selección nacional de fútbol en el mundial del 2002, el país entero está mirando. Pero él, como sus colegas (aunque el hombre no tiene el mismo cargo que estas personas a las cuales mira, comparte con ellas el espacio de trabajo) no están en el otro lado del mundo, están en el medio de la Ciudad de Buenos Aires, definiendo un proyecto que (con todas sus imperfecciones, defectos, faltas, flaquezas, tibiezas e indulgencias) abre la puerta a la posibilidad de armar otro país, con más igualdad, menos concentración de la riqueza, más salud y educación, mejor calidad de vida para nuestros pibes y nuestros abuelos... En fin. Y allí, en una situación en la que evidentemente no querría hallarse nadie (o nadie que no tenga principios muy bien definidos y consecuentes), aquel hombre empieza a hablar.


“El país nos está mirando. Hay gente en las plazas y en las calles, esperando una respuesta. Una respuesta que no debe traducirse en una victoria o en una derrota. Para que se preserva la institucionalidad, la paz social y el consenso. Obviamente el consenso no está presente. Está el país partido, esta es la verdad. Están todos, nuestros hijos. Están todos preocupados. A mí me han tocado momentos difíciles en la vida.”

En aquel pequeño café, a veinte metros del Hotel Bauen, ese que fue recuperado por sus trabajadores y que está siendo autogestionado por ellos, el grupo de jóvenes que ve y escucha atento lo que dice aquel aparato que aparece por el otro aparato (la televisión) empieza a desmoralizarse. La única reflexión que puede surgir en ese momento aparece.

- Hijo de puta, traidor...
- Y qué querés Negro, es radical, lo lleva en la sangre.
- Por Dios loco, ¿qué merecimos para quedar en manos de este radical vendepatria?
No hubo respuesta; sólo más insultos al hombre que a menos de cuatro cuadras hace su descargo.

Del otro lado, el hombre del micrófono sigue argumentando su decisión indecisa. Tal vez realmente emocionado, tal vez calculadamente, lo cierto es que quiere que quede claro que su voto le duele en el alma, que paradójicamente una decisión tan irrefutable es concebida de manera dubitativa.

"Yo sé que formo parte de este Gobierno. Que vengo de otro sector, de otro espacio político. Que por ahí me permite disentir de algunas cosas. Esto es pluralidad. Actuar en base a mis convicciones. Por eso he hecho todo lo posible, a veces anticipadamente y con críticas, lo entiendo. Pero sabía que este tema debía llegar lo más consensuado posible. Obviamente no llegó así, da cuenta de ello este resultado."

"La ciudadanía no está esperando que desempate el presidente del Senado. Lo que está esperando, a mi humilde entender, es que de acá salga algo consensuado. Y yo sé que está en el ánimo de todos ustedes aportar a este consenso. Ha habido varios proyectos. Y ninguno termina de convencer porque no se ha podido unificar en las comisiones, a pesar de haber recibido a distintos actores. Yo sé que uno tiene una responsabilidad institucional en estos momentos. Sé que tengo que, con mi palabra o con decisión de ustedes, tengo que aportar para fortalecer a un gobierno, para encontrar una solución y dar tranquilidad a todos los argentinos que quieren vivir en paz. Porque sabemos que las cosas están bien. Y que este tema ha generado esta división resulta inexplicable, inentendible, como a muchos argentinos."

Ese grupo de jóvenes, perteneciente a un espacio de izquierda transversal dentro de los sectores que apoyan al viejo y flamante gobierno, está desconsolado. El Negro mira con una graciosa extrañeza a la imagen del hombre, como realmente desconcertado frente al dilema de reírse por la patética mise en escéne o de estrellar contra el televisor la botella de cerveza que, vacía, se ubica en su mesa. Pancho, dos asientos al costado, no quiere mirar, se tapa los oídos ante lo que considera un sacrilegio político, lo peor que un político puede hacer, que es traicionar su voto, y escucha, al principio débilmente, pero luego más fuerte, una voz terrible, una voz que lo culpa por lo que ahora está viendo: "vos lo votaste".
"Yo tengo que acompañar por la institucionalidad, por el riesgo que esto implica. Mi corazón dice otra cosa y no creo que esto sea el motivo para poner en riesgo el país, la gobernabilidad, la paz social. Quiero seguir siendo el vicepresidente de todos los argentinos, el compañero de fórmula hasta 2011 con la actual presidenta de los argentinos. Vuelvo a decir que es uno de los momentos más difíciles de mi vida. No percibo ningún interés. Estoy expresando lo que mis convicciones, sentimientos empujan a la decisión."

Cada palabra del hombre del micrófono asienta más el pronóstico de los jóvenes, aquellos que ni siquiera una hora antes brindaban por el triunfo contra la oligarquía nacional por parte del pueblo y su proyecto nacional y popular, seguros de que nadie, ni siquiera un excremento de la más asquerosa entraña podía apuñalar de forma tan cruel a un gobierno del que él formaba parte.
"Yo sé que la presidenta me va a entender"

Las mesas de los jóvenes se revoluciona: se parte en dos reacciones, la que hunde la cara entre los brazos en señal de resignación, y la otra, las botellas, vasos, ceniceros y servilleteros que salen disparadas contra la imagen del hombre del micrófono que muestra el televisor.
Los insultos, a la orden del día:
- ¡¡¡Conchudo, hijo de una gran puta!!!
- ¡¡¡Traidor, te vamos a quemar vivo, oligarca!!!
- ¡¡Andate a Mendoza a que te coja una vid, puto!!
- ¡¡Vendepatria conchudo, te vamos a prender fuego con tus amiguitos de la Rural!!
El hombre del micrófono sigue hablando, inmutable.
"Yo tengo que acompañar por la institucionalidad, por el riesgo que esto implica. Mi corazón dice otra cosa y no creo que esto sea el motivo para poner en riesgo el país, la gobernabilidad, la paz social. Quiero seguir siendo el vicepresidente de todos los argentinos, el compañero de fórmula hasta 2011 con la actual presidenta de los argentinos. Vuelvo a decir que es uno de los momentos más difíciles de mi vida. No percibo ningún interés. Estoy expresando lo que mis convicciones, sentimientos empujan a la decisión.No creo que no sirva una ley que no es solución a este conflicto. La historia me juzgará no sé cómo. Pero espero que esto se entienda. Soy un hombre de familia como todos ustedes, con una responsabilidad en este caso. No puedo acompañar. "
Y ahí, como si los escuchara, dice:
"Y esto no significa que estoy traicionando a nadie. Estoy actuando en forma a mis convicciones."

Estaba terminando, faltaba la última frase plena de expresividad, para que nadie dude de que se trataba, como ya se había dicho, del día más difícil en la vida del hombre del micrófono. Suspira una vez más, acomoda su micrófono y dispara:
"Que la historia me juzgue. Pido perdón si me equivoco. "
Ya estaba ahí, sólo tenía que decirlo. La frase le sale poco entendible, casi en forma de gruñido, pero todos están conscientes de lo que el hombre del micrófono está diciendo, aunque hubiera hablado en guajiri todos hubieran comprendido.
- Decilo... ¡¡¡Decilo, hijo de puta!!!
"Mi voto... mi voto... no es positivo.”
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Aparentemente no debo tener mucha predisposición acerca de los posteos de este blog, me gustaría tener más estímulo a la escritura en un plano de opinión. Lo único que puedo aportar en este caso es hacer las reflexiones finales acerca de este conflicto que, lamentablemente como afirmó Luciano Miguens, ya ha concluido -y no con un resultado positivo para el campo popular. Quisiera hacer eco de algunas cosas que he escuchado, visto, vivenciado y reflexionado en los últimos tiempos (meses, semanas, días, horas, segundos: fracciones temporales efímeras para la subjetividad de la escritura relacionada con la lectura, siempre posterior, irreal para el escritor), ahora que la neblina del revés en el Senado se va disipando y la indignación, la tristeza, la frustración y otras no deseables sensaciones y la razón va haciendo más fácil su funcionamiento. Digo razón y no sensatez, porque este término ha estado en boca de muchos que a la hora de defender los intereses de los más humildes, como dicen hacer, son los más insensatos en el terreno político nacional. Decir sensatez, hoy en día, es signo de tibieza; y en estos días no es recomendable ser tibio en ideología, aunque siempre sea imprescindible la frialdad para pensar.
El vice Cobos, en su discurso dramático (en su sentido más cultural, si me explico) afirmó varias veces que el carácter del proyecto de ley había fracasado, porque no había que buscar votos sino consenso. Lamentablemente, la miopía de ciertos funcionarios tuvo como consecuencia el festejo desaforado de algunos, que evidentemente no buscaban ningún tipo de consenso, sino lisa y llanamente los votos para mantener su aristocrático lifestyle. También remarcó, para que a nadie se le olvide, que no hay que buscar la confrontación y bregar por la paz social: curioso comentario de un político que es cara visible de un proyecto que, buscando una mayor justicia social, y como ha pasado en toda la historia de las sociedades, debe sacarle a los que más tienen para proteger a los que menos poseen, a los más desamparados. Y a eso viene el título de este artículo. El concepto de paz social que Cobos esgrime, en la realidad social argentina actual ¿a qué hecho concreto equivaldría? Evidentemente, según las palabras del vice, los docentes deben mantenerse en sus casas y dictar clases aunque el sueldo de miseria que perciben en el interior no les permite llevar a sus propios hijos a clases, todo para "no confrontar"; lo mismo con los empleados, públicos y privados, con los obreros, con los camioneros, y por qué no también, con los peones. Pero, claro, la "paz social" de Cobos (que, a grandes rasgos, es la paz social que busca todo liberal-radical) tiene un costo, enorme. Por supuesto que para él no (ya deben haber visto la tremenda casa que el quía tiene en Mendoza) y ni que hablar que para Miguens, Llambías, Buzzi y hasta el mismísimo Alfredito De Angeli: los que lo sufren son los laburantes que se desloman laburando todos los días para llevar un plato de comida a la mesa de la casa; porque si no hay confrontación social, si no hay lucha entre clases antagónicas, lo que queda es que las cosas se mantienen tal como están, o incluso se profundizan en su gravedad. Ya lo dijo el Che Guevara: "Al imperialismo no hay que cederle ni un tantico así", porque si uno lo deja levantarse, el que cae al suelo es el bienestar del pueblo; las clases privilegiadas por un sistema absolutamente desigual no quieren ceder lo que tienen, y no lo van a ceder sin pelear. No busquemos complicaciones donde no las hay: estos grupos concentrados de la riqueza lo único que quieren hacer es tumbar al gobierno nacional, y para ello cuentan con el apoyo del imperialismo para llevar a cabo sus intenciones -ver video sobre la nueva metodología del imperialismo para derrocar gobiernos democráticos y populares en diferentes partes del mundo (http://youtube.com/watch?v=ipK9vMURGbE)-. Los sectores que quieren que este proceso de reforma económico-social quede neutralizado son varios: las agrupaciones corporativistas del agro, la enorme mayoría de los multimedia del país (empezando por el Grupo Clarín y el Grupo Perfil), el peronismo neoliberal de los '90, la oposición republicana-"libertadora", el sector financiero, una creciente parte de la clase media aburguesada y rentista, etc. El pueblo está con el gobierno, pero está absolutamente de este por la extrema alienación impuesta por los grandes medios de información y sus "formadores de opinión". Será momento de ponerse el overol en serio y luchar fuerte por los intereses populares: el enemigo, ahora sí estamos completamente seguros, no sólo está fuera, sino dentro de las puertas de la Casa Rosada, toma fuerza en el Congreso y se amplía en base social en la zona norte de la Capital; las medidas que permitan que aquellos queden fuera del mapa serán las correctas, y no otras. De lo contrario, se corre el riesgo de haber luchado y construido unidad popular durante cinco años en vano. Esperemos que no.